Por Ada del Carmen Sandoval Madrid
Han pasado ya dos décadas desde que dimos inicio al siglo XXI. Autores, investigadores y especialistas de la educación han hablado, escrito y publicado durante más de dos décadas artículos acerca de las necesidades y de las tendencias que deberían haber prevalecido en las escuelas de todos los niveles alrededor del mundo en estos primeros veinte años, para poder dar respuesta a las necesidades de un nuevo mundo, de una nueva realidad.
Las Naciones Unidas a través de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, publicaba ya, desde el año 1998 en el marco de la Conferencia Mundial sobre la Educación Superior en Paris:
“En los albores del nuevo siglo, se observan una demanda de educación superior sin precedentes, acompañada de una gran diversificación de la misma, y una mayor toma de conciencia de la importancia fundamental que este tipo de educación reviste para el desarrollo sociocultural y económico y para la construcción del futuro, de cara al cual las nuevas generaciones deberán estar preparadas con nuevas competencias y nuevos conocimientos e ideales.”
Al igual que en muchas otras áreas y disciplinas, es aún difícil palpar en el día a día una gran diferencia con las técnicas de enseñanza del siglo pasado en la práctica, en las aulas, en los salones de clases, con nuestros alumnos. A pesar de que los modelos pedagógicos y académicos de nuestras escuelas, así como nuestra misión y visión, describen el compromiso institucional con el verdadero desarrollo de ciudadanos del mundo, en la importancia de la formación de ciudadanos preparados y comprometidos con su entorno, con nuestras sociedades, es normal seguir escuchando a alumnos expresar en época de exámenes finales: “Ya nada más estamos haciendo trabajos por hacerlos, para poder cumplir con las entregas. Estamos tan cansados y saturados de tantos pendientes que aprender, es ya lo que menos nos interesa”.
Es evidente que, ante la sociedad, ante las autoridades, ante las organizaciones, estamos cumpliendo; es evidente que, ante nuestros alumnos, quienes deben ser la razón fundamental del existir de las instituciones de educación superior, de nuestra vocación como docentes, de nuestra verdadera misión universitaria, no hemos logrado encontrar la forma de pasar en su totalidad del papel a la práctica pues muchos docentes seguimos enseñando con las antiguas y obsoletas técnicas y las estrategias con las que “aprendimos” a finales del siglo pasado.
La memorización, la repetición (regurgitación) de información, el leer secciones del libro para hacer un resumen de la misma información que alguien más escribió, ver un video y responder preguntas sobre esa misma información, sigue siendo a veces mucho más importante que enseñar a nuestros alumnos qué hacer con la información, cómo actuar con su entorno, cómo responder a preguntas acerca de su sentir, qué pensar con relación a los temas vistos en clase, cómo disentir de manera adecuada y propositiva, cómo argumentar de forma respetuosa y con base en evidencias, cómo crear nuevas formas de expresarse, de comunicarse, de conocerse.
En este nuevo paradigma de la educación que hoy nos encontramos construyendo, la transmisión y análisis de información, de datos, de teorías y fórmulas deben llevar a las nuevas generaciones hacia un verdadero desarrollo de habilidades de vida, de rasgos de personalidad, de autoconciencia de su propio camino hacia el aprendizaje, creando así los nuevos cimientos de una sociedad fuerte y resiliente, despierta y comprometida con la transformación de su entorno.
El desarrollo de verdaderas habilidades de vida, de inteligencia emocional, el desarrollo de rasgos de personalidad responsable, siguen siendo temas centrales de talleres, cursos y conferencias extracurriculares, cuando deberían formar parte, de acuerdo con las nuevas teorías educativas, de los cimientos de cada una de las clases que impartimos en nuestras escuelas día a día. En un curso de capacitación que recientemente impartimos un docente cuestionaba hacia el final de la sesión: “Todo esto se oye muy bonito, muy utópico, pero ¿Cómo voy a hacer todo eso cuando apenas tengo tiempo de cubrir todos los temas del programa académico?”.
Podemos asegurar que nuestros maestros en la Universidad Latina de América cada vez realizan una maravillosa labor en pro de una verdadera educación del Siglo XXI. Tengo la fortuna de compartir oficina con el director de la licenciatura en Derecho y debo admitir que los grandes debates que he escuchado se dan en los salones virtuales de clases, me llenan de esperanza, de orgullo y por supuesto de gran satisfacción. Me faltarían páginas para reconocer el maravilloso trabajo de grandes colegas que día a día incorporan desde hace años en sus cátedras. Mi respeto y reconocimiento para cada uno de ustedes queridos colegas, quienes, comprometidos con el verdadero valor de la educación, se preparan día a día, leen, debaten, se mantienen estudiando y actualizándose constantemente.
Sin embargo, mientras sigan existiendo en nuestras aulas alumnos que expresan que ya solo se dedican a terminar trabajos académicos por el simple hecho de terminarlos o docentes se preocupan más por cubrir material y brindar datos a los que hoy en día todos tenemos acceso gracias a las nuevas tecnologías, en lugar de desarrollar habilidades de verdaderos ciudadanos globales, de ciudadanos responsables, emocional e intelectualmente aptos, es hora de reagruparnos, será hora de levantar la voz, de autoevaluarnos, será la hora de brindarnos la oportunidad de renacer en conjunto, no dejando a nadie atrás en el camino de la educación.
Esta pandemia nos ha brindado la oportunidad de reinventarnos, de mejorar, de dejar las viejas prácticas académicas en el pasado para poder dar paso a la verdadera educación del siglo XXI. Es un orgullo hoy poder estar viva, ser testigo y desde las aulas, poder ser parte de este momento coyuntural de la humanidad. #ProudTeacher FOREVER.