Por Alberto Ochoa Barajas
Alumno de la licenciatura en Derecho en Sistema Ejecutivo
Antes de fallecer, mi abuelo materno, Aureliano Barajas, allá en mi tierra natal, Cotija de la Paz, nos juntó a varios nietos y nos dijo:
Les voy a contar la historia de mi niñez. Cuando yo tenía cuatro años en la Revolución Cristera mataron a mi papá y nuestra madre nos desatendió, y quedamos huérfanos a esa temprana edad mi hermano Rubén y yo. No supimos qué hacer más que caminar, y llegamos al puente del río en el pueblo, y bajo ese puente vivimos cuatro años y nuestra principal fuente de alimento eran cáscaras de plátano que la gente tiraba, o que alguien tuviera lástima y nos diera algo de comer.
Después de esos cuatro años, una persona dijo que solo podía llevarse a uno de los dos, y mi abuelo dijo que se llevaran al tío Rubén, ya que era el más pequeño. Los hermanos se separaron y mi abuelo duró dos años más allí hasta que alguien lo contrató para trabajar en labores de campo. De ahí, la historia cambió a su favor. Aún tengo presentes sus palabras: «Recuerden que alguien me ayudó, e hizo la diferencia conmigo. Mi legado de vida será que ustedes hagan lo mismo con quien lo necesite».
No es necesario tener mucho o tener poco para poder impactar de manera positiva en alguna persona, y nadie debería morir sin recibir la ayuda de alguien. Mi incorporación al Sistema Ejecutivo de la UNLA me ha permitido realizar varias actividades de altruismo en la sociedad de mi Michoacán, y conocer compañeros con los que comparto ideales, valores, ganas de ayudar y poder hacer equipo.
Desde mi punto de vista, el activismo es hacer lo que te apasiona en beneficio de alguien más, es poder ayudar a un tercero a que pueda tener y aprovechar las mismas oportunidades que uno tuvo, entender que, a pesar de que la vida nos puede parecer injusta; gracias a la injusticia y desequilibrio, las personas aprendemos a ser mejores las unas con las otras. Hay que regresarle a la vida aunque sea un poco de lo mucho que nos ha dado.