Por: Edvic Sahad González Maya
No vaciles nunca en irte lejos,
más allá de todos los mares,
de todas las fronteras,
de todos los países,
de todas las creencias.
Amin Maalouf
¡Hola! Me llamo Edvic Sahad González Maya, estudio la carrera en Relaciones Comerciales Internacionales de la UNLA y quiero compartir contigo un poco de lo que viví como estudiante de intercambio, ya que durante mi octavo y último semestre, tuve la oportunidad de realizarlo en la Universidad de Gante, ubicada en Bélgica. Sin duda alguna, la mejor experiencia que he tenido hasta el momento.
Vivir en un país tan alejado del mío, a mis 21 años, fue una experiencia desafiante y llena de situaciones sumamente enriquecedoras a nivel personal. Lo primero que tuve que enfrentar fue el miedo de llegar a un país del cual desconocía prácticamente todo, es decir, me tendría que exponer a una cultura, costumbres, idioma, gastronomía y climas diferentes a los que me resultaban conocidos. Miedo que, debo reconocer, aminoró cuando supe que una querida amiga, Regina, estaba viviendo en la misma ciudad a la que yo llegaría.
Llegué en febrero. Confieso que los siguientes dos meses viví un proceso de adaptación que no me resultó del todo sencillo. Primer reto: el clima era demasiado frío, las ráfagas de viento eran tales que las clases se suspendían porque no era posible caminar por la calle; siempre estaba nublado o lloviendo, pero también tuvo su lado positivo, era tal el frío que pude ver la nieve por primera vez. Pensé que esto era algo temporal y que en marzo o mayo ya tendríamos un clima parecido al de México, pero me lleve la sorpresa cuando de que el clima es así casi todo el año, aunque en verano puede mejorar un poco. Fue entonces que entendí por qué, durante los primeros días de clases, todos mis compañeros belgas me preguntaban la razón de haber escogido Bélgica si yo era de México. Al principio no entendía el origen de su pregunta, pero con el paso de los meses pude comprender que estaban cansados del clima de su país y ven a México como un lugar lleno de colores, sol y clima perfecto.
Para muchos la palabra ‘intercambio’ es sinónimo de hacer amigos por montones y de manera fácil. Sin embargo, este fue mi segundo reto, ya que me resultó un poco complicado porque era socializar en otro idioma (inglés) y, además, con una multiplicidad de culturas tan diferentes a la mía.
Al principio, traté de adaptarme a diversos grupos de amigos, pero no lo logré del todo, ya que no me sentía muy identificada con ellos. Después de algunas semanas, comencé a conocer personas con gustos similares a los míos, y con los que me sentía más cómoda a pesar de ser de otros países (Italia, Alemania y Bélgica); fue así como conocí a una de mis mejores amigas del intercambio, Alessandra, quien es de Alemania. Ella se sentía exactamente igual que yo y con el paso del tiempo, las dos nos dimos cuenta de que había más estudiantes que se sentían como nosotras: algo frustrados por no sentirse pertenecientes a un grupo de amigos, pero sin hablar del tema porque pensaban que eran los únicos que se sentían así. Gracias a esto, Alessandra y yo creamos una muy buena amistad. Jamás imaginé que una mexicana y una alemana se pudieran llevar tan bien.
La amistad creció tanto, que me invitó a Alemania a conocer a su familia y pasar tiempo con ellos. Esta experiencia fue otro shock para mí, ya que diversas personas me comentaban que los alemanes eran fríos y no tan divertidos, no obstante, me llevé una sorpresa con toda su familia, porque fue completamente lo opuesto: todos eran muy alegres, divertidos y cálidos, además de que me hicieron sentir muy bienvenida y parte de la familia, incluso asistí a una fiesta familiar. Ahí pude observar de primera mano la diferencia de una fiesta familiar mexicana a una alemana. Algo que me llamó la atención fue que en Alemania comienzan la fiesta comiendo pastel con café y después es la comida, además de que la música empieza hasta llegada la noche; a diferencia de México, donde el pastel se come solamente en fiestas de cumpleaños y después de la comida, además que durante toda la fiesta hay música y todos bailan e incluso están los famosos «colados», lo cual es inimaginable en Alemania y Bélgica. A pesar de estas variantes, puedo decir, que sin duda, las personas de cada país saben divertirse a su manera, y no es que una sea mejor que otra, simplemente son diferentes y en la diferencia es donde se enriquece nuestra vida.
En cuanto a la gastronomía, las de Bélgica y Alemania son bastante diferentes a la de México, empezando porque en el desayuno se acostumbra a comer cereal, leche, pan, queso, jamón y fruta; mientras que en México, un desayuno puede incluir chilaquiles, tacos de birria o enchiladas. Además de que, en México, tenemos diversos platillos típicos; mientras que en Bélgica cuentan con unos cuantos como lo son: los waffles (que por cierto son deliciosos), las papas a la francesa (que no, no son originarias de Francia como la mayoría lo cree sino de Bélgica), la carbonada flamenca y los mejillones. También los horarios de comida de mexicanos, respecto de los belgas, franceses e italianos, son diferentes; pero son muy parecidos a los de los españoles. Así que, sí, el estómago también sufre con el shock cultural.
Algo que me pareció increíble fue la diversidad de idiomas que se hablan en Bélgica: Neerlandés, Francés y Alemán. Esto depende de la región en la que te encuentres, pero aun así gran parte de la población habla inglés. Al inicio, esto me resultó muy interesante, ya que en México, a pesar de ser frontera con Estados Unidos, solamente un porcentaje muy pequeño de la población habla inglés, mientras que la mayoría de mis amigos belgas hablan hasta tres idiomas. Lo cierto es que esa realidad tiene detrás una enorme cantidad de factores, entre los cuales se puede contar el nivel de desarrollo económico, el cual desafortunadamente es aún muy dispar entre ambos países.
Gracias a la UNLA tuve la gran oportunidad de conocer y estudiar en un país tan diverso que nunca dejó de sorprenderme, por ello, puedo decir que haber elegido ir a Bélgica fue lo mejor para mí. Jamás sufrí del famoso Homesick, ese sentimiento de nostalgia al extrañar el hogar. A pesar de que solo viví seis meses ahí, Gante se volvió mi segundo hogar, lo que es una clara señal de que me la pasé muy bien.
Finalmente, me gustaría compartirles firmemente que todos en algún momento deberíamos de tener la oportunidad de vivir un intercambio, porque amplía todo tu mundo; te llena de experiencias nuevas y bonitas; te permite hacer grandes amigos de los cuales también aprendes; te descubres como persona; te das cuenta de que eres capaz de hacer y lograr cosas que no imaginabas, y te deja recuerdos para toda la vida.
Espero regresar muy pronto a ese país tan hermoso que del cual quedé enamorada.