Por Martha Nereyda Ureña Capilla, entrenadora de los equipos de fútbol femenil de la UNLA
El ser parte de la Universidad Latina de América nos enorgullece en lo absoluto, los estudiantes y deportistas que representan a nuestros potros UNLA están llenos de orgullo, de constancia y amor a sus colores. A pesar de todas las adversidades, emociones, sentimientos, pero sobre todo del encierro, supimos sobrellevar esta situación y salir avante como grandes representantes de nuestros potros UNLA.
Al inicio del torneo todo era interrogantes: ¿Cómo vamos a jugar? ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a lograr realizar un tiro a gol? ¿Nos van a grabar? ¿Vamos a salir de casa? ¿Cómo es un torneo en línea? ¿Cómo lo vamos a lograr si estamos cada una en casa? Y muchos más de estos cuestionamientos nos invadían día y noche, entrenamiento tras entrenamiento, esto pasaba no solo por cada una de las jugadoras de fútbol femenil potros UNLA, sino también por mi cabeza como entrenadora. Por fin llegó el día de la junta previa, se nos explicó cómo se llevarían a cabo las competencias, cómo se realizarían las puntuaciones, cómo debería estar cada una de las jugadoras colocadas y, bien, hasta el reglamento de este torneo: algo nada fácil de digerir. Pero, en fin, lo único que pasó por mi cabeza fue «al parecer todo lo que hemos hecho (en cuanto al trabajo físico, técnico desde casa) valdrá la pena y tendremos dónde y cómo demostrarnos a nosotras mismas que hemos estado trabajando al máximo en cada entrenamiento desde nuestro cuarto, cochera, sala, comedor o jardín, desde cada una de las casas de las estudiantes deportistas».
Lo primero que hice fue enviarles un mensaje y decirles «niñas, tenemos torneo en puerta», sus mensajes estuvieron llenos de preguntas, de emoción, de motivación, de ansiedad de que ya fuera al día siguiente, tenían la duda sobre la hora del entrenamiento para saber los pormenores y detalles de todo lo que ahora estábamos conociendo como Collegue fused game.
Llegó el momento. El día y la hora que por fin sabrían cómo sería nuestra competencia, comencé a explicar una a una las reglas, pero antes que otra cosa les comenté: «todas tendremos que participar de entrada con el uniforme de la UNLA, el que, cada vez que usamos nos hace más potros que nunca», a su vez, todas sus caras se iluminaban, pero los cuestionamientos seguían siendo los mismos… ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Estaremos en el campo? ¿Será presencial? ¿Podremos entrar a la cancha? En fin, les dije: «tranquilas, escúchenme. El torneo será virtual, cada una, desde casa, estaremos llevando a cabo diferentes retos físicos, técnicos y de habilidades. Con cada ejecución estaremos ganando puntos individuales y estos se sumarán, para que el equipo que haga más puntos en cada reto sea acreedor a 3 puntos y así sucesivamente». Al momento en el que comencé a decirles que este torneo sería virtual (muy emocionada por cierto), cuál va siendo mi sorpresa, cuando vi que sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, sus caritas comenzaron a estar tristes, en sí, se me fueron a un pozo. Les pregunté «¿qué pasa?», automáticamente la respuesta de todas fue: «esperábamos otra cosa». Mi cuerpo recibió un balde de agua helada, pero más que helada, ¡congelada! Y además, exclamaciones «es que no, Nery, nosotras creíamos que sería en la escuela, en el campo, que por fin estaríamos juntas y nos estaríamos viendo en persona».
Me contagiaron su ánimo, muy triste por cierto. Al final, por más cosas que intenté decirles para motivarlas, levantarles el ánimo, no lo logré en lo absoluto. Así nos quedamos, el clima al interior del equipo se tornaba totalmente distinto: triste, sin ánimos, sin ganas de estar ni de hacer nada. Las deje vivir su momento, su tristeza y desánimo. Yo me quedé igual o peor que ellas al verlas de esa manera, lloré, me derroté, creí por un momento que algo había hecho mal; pero me di cuenta de que si así había sido, ahora tendría que hacer algo para levantarlas. Pedí ayuda, hablé con uno de nuestros emblemas más potros: nuestra querida Sofi, le comenté la situación y le dije «te necesito en las entrañas de mi equipo». Como siempre, ella tan dispuesta y con todo el ánimo del mundo, se reunió con nosotros, nos dio una súper charla de amor, resiliencia y de nuestros grandes valores potros.
Las niñas estaban ya más animadas, comenzó este gran reto, no podía irnos más mal, las primeras dos jornadas nos vimos derrotadas, perdimos, pero fuimos entendiendo tal cual era este torneo. Nos levantamos, recordamos nuestro ADN potro, resurgimos de las cenizas y salimos adelante, redoblamos esfuerzos. Practicamos el reto no solo en el horario del entrenamiento, sino en algún espacio u horario libre que teníamos durante el día, o bien, por la noche para distraernos antes de irnos a dormir. Nos comprometimos aún más con nuestra universidad, con nuestros potros, decidimos seguir luchando hombro a hombro a la distancia, nos inspiramos, nos tomamos de la mano y salimos adelante como la familia potro que somos. Fue así que a partir de la jornada 3 y gracias al esfuerzo, a la entrega, al compromiso y al amor, cumplimos el reto que nos pusimos, que fue no perder un reto más y nos lo cumplimos.
Lo logramos: salir campeonas de un torneo nacional en donde participamos 8 equipos de diferentes Instituciones educativas del País, de los cuales solo éramos dos equipos femeniles. Vencimos a todos los equipos varoniles y femeniles del torneo porque, para nuestra suerte y revancha, a los equipos que nos ganaron en las primeras dos jornadas (varoniles), nos los encontramos en playoffs y logramos superarlos y ser las número 1 en la categoría. ¡Venga potros! Y como lo dije al inicio y más que en cualquier momento, lo dije al final de este torneo: ¡Somos potros, somos UNLA!
Gracias a la maestra Obdulia, a Horacio, y cómo no, también a Sofi por todo el apoyo, por estar siempre respaldando a este grupo de niñas que siempre dejan el alma en cada entrenamiento, en cada partido y en cada nuevo reto al cual nos toca enfrentarnos.
Gracias, UNLA, por el apoyo en todo momento y en cada uno de nuestros retos.
Gracias a todas y cada una de mis niñas, de mis jugadoras, gracias por enseñarme y darme tanto en estos momentos en los cuales parecía no haber salida, gracias por seguir siendo esta gran familia, porque nunca nos soltamos de la mano y nos demostramos que, ante esta y cualquier otra adversidad podemos salir triunfantes si estamos luchando hombro a hombro.