Por Diana María Galduroz García
Profesora de asignatura de la licenciatura en Psicología y el Área de Integración Disciplinar de la UNLA
La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve
Martin Luther King (1929-1968)
Escribir sobre violencia no ha sido fácil, pues considero que gran parte de la generación a la que pertenezco fue educada dentro de la escuela tradicional: por medio de castigos, regaños y en ocasiones agresiones físicas, nos enseñaban a obedecer, a no replicar ni quejarnos. Somos producto de una cultura violenta, de aguantar el sometimiento, no sentir, callar y olvidar. Sin embargo, el mundo está cambiando, observamos y entendemos una serie de fenómenos articulados con los conflictos dentro del contexto escolar, en diversas relaciones: profesor-alumno, alumno-profesor, profesor-profesor y alumno-alumno. Estas dinámicas representan relaciones de poder.
La Organización Mundial de la Salud define la violencia como:
El uso intencional de la fuerza o el poder físico (de hecho, o como amenaza) contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones (s.f.).
La violencia es una manera inadecuada de resolver conflictos mediante el uso del poder, la imposición y la anulación de los derechos del otro. Debe ser analizada de manera multicausal. El conflicto se define como un hecho natural que ha de ser transformado en una experiencia formativa. El fenómeno tiene lugar en las confrontaciones de intereses, opiniones y/o creencias entre varias personas o grupos.
Lamentablemente, la violencia también se vive en la escuela, donde una persona va a formarse, a aprender, a instruirse para poder progresar en su vida. El salón de clases termina transformándose en una tortura. Los y las alumnas reciben todo tipo de maltrato, el cual comúnmente se denomina bullying.
Algunas conductas observables que distinguen la presencia o no del acoso psicológico o moral en el aula son:
Además, la violencia se aprovecha del alboroto, desorden, ruido o cualquier actividad relacionada con la disrupción, que rompe el proceso de enseñanza-aprendizaje, provoca problemas de convivencia entre profesores y alumnos, y dificulta el ejercicio de la disciplina, que nos permite movernos con libertad, tolerancia y respeto.
La disrupción en el aula constituye la preocupación y la fuente de malestar más importante para los docentes, pues interfiere gravemente con el aprendizaje (Irati, 2010). Su proyección fuera del aula es mínima, con lo que no es un problema con capacidad de atraer la atención pública. Cuando hablamos de disrupción, nos referimos a situaciones de aula: las y los alumnos impiden con su comportamiento el desarrollo normal de la clase, obligando al profesorado a dedicar cada vez más tiempo a controlar la disciplina y el orden.
Existen pequeñas interrupciones durante el trabajo del aula que, aunque parezcan actividades normales, tienen la intención de perturbar:
También hay estudiantes que dicen una cosa y hacen otra, molestan a sus compañeros o expresan palabras altisonantes con demasiado énfasis e ímpetu —pareciera que mientras más fuerte sea el tono de voz, más poder se ejerce—. Vivimos este tipo de situaciones día con día, dentro y fuera del aula (pasillos); provocando que se pierda el respeto por el otro.
Así, el ambiente de trabajo del aula se ve afectado por una serie de alteraciones dentro del desarrollo del mismo, que están relacionadas con la actitud, compromiso, entrega y, sobre todo, con los intereses de los y las participantes. Ello provoca una disminución en el rendimiento estudiantil y docente, que se manifiesta en agresiones verbales, humillaciones en público, burlas, desprecio y un trato no equitativo:
Dichos comportamientos se desarrollan de forma gradual. Lamentablemente, nos percatamos de las alteraciones que ocasionan cuando las situaciones ya se han consumado, cuando ya es tarde.
No queremos decir que lo ideal es contar con estudiantes pasivos. Como docentes, tenemos la responsabilidad de mover a los estudiantes, de construir procesos de comunicación eficientes y eficaces, de generar un trabajo colaborativo para la edificación de conocimientos, de crear un ambiente de cordialidad y respeto.
Las conductas y/o acciones que se han mencionado trazan el camino hacia una dosis de violencia, desde la resistencia pasiva hasta un insulto. Dentro de la actividad educativa, tanto docentes como alumnos tenemos la responsabilidad de respetarnos y solidarizarnos con el otro, de manera que podamos generar ambientes de aprendizaje seguros para un mejor desarrollo en el aula.
Cerezo, F. (2009). La violencia en las aulas. Madrid: Pirámide.
Irati. (abril de 2010) [30 de junio de 2022]. Recuperado de http://irati.pnte.cfnavarra.es/multiblog/iibarrog/files/2010/04/LA-DISRUPCI%C3%93N-EN-EL-AULA.pdf
UNESCO. (s.f.) [30 de junio de 2022]. Recuperado de http://www.catedradh.unesco.unam.mx/SeminarioCETis/Documentos/Doc_basicos/5_biblioteca_virtual/7_violencia/8.pdf